No sé por qué lo he titulado así. Se trata de una apetencia, de un capricho, de una excusa para escribir algo de ficción. Mujeres de mentira. Alguien me dijo una vez, un alguien acuoso y cristalino, que solo me gustaban las mujeres evidentes y extraordinarias. En ese momento no le dije que se equivocaba, simplemente me quedé callada y lo guardé para más tarde. Ya sola mastiqué el comentario y lo tragué, muy a mi pesar. Me he acordado de ese día, de ese momento, viniendo a trabajar.
Pedí sol y hace sol. Hoy me siento afortunada.
Y, mientras batallaba por no quedarme dormida en la línea 4, he pensado en mis féminas, ninféminas descaradas e imperfectas, deliciosas todas ellas. Porque esas son las que me enamoran. Las mujeres incompletas. No porque sean especialistas en desordenar vidas y suicidarse ellas. Para nada. Me escandalizan y colorean con sus papeles bien aprendidos. Me enternecen. Pueden mover mundos con sus pulgares e inundar sueños con sus lágrimas de cocodrilo. Te quieren como nadie te ha querido para luego abandonarte. Juegan. Y pierden.
Luz, más luz. Me dijo que era luminosa. Me lo dijo cuando todavía me quería. Ahora busco luz, más luz. Para que me recarguen las ganas y le den cuerda a la bailarina del reloj.
"Recuerdo haber siempre pensado que la propia vida no existe por sí misma, pues si no se narra, si no se cuenta, esa vida es apenas algo que transcurre, pero nada más. Para comprender a la vida hay que contarla, aun cuando solo sea a uno mismo. Eso no significa que la narración permita una comprensión cabal, puesto que de hecho quedan siempre vacíos que la narración no cubre, pese a las suturas o remedios que intenta aplicar. Por ese motivo es por el que la narración restituye la vida solo de forma fragmentaria" Recuerdos inventados - Enrique Vila-Matas
El punto G de mi diana. En eso pensaba. Y en los cuerpos descompuestos, desestabilizados, ¿desestructurados? Hechos pedacitos de e-moción. Todo líquido y virtual. De mentira. Y todavía se preguntan por qué me gusta no ser. Las palabras sobre este blanco que leen no son reales. Yo las hago nacer, pero ustedes, amable público, las adoptan como suyas. Les hacen un hueco en su pequeño reino de carne en descomposición. Detritus. Lo somos de los demás. Y me gusta. Dice que sabe cosas del cielo. Tengo certezas, pero hago actos de fe. Y como mandarinas.
Golden Brown - The Stanglers
Anyone else but you - Michael Cera and Ellen Page
I wanna be sedated - The Ramones
Heracles nunca las quiso. A las mujeres. Como para fiarse de los griegos. Los romanos hicieron suya la decadencia y la era oscura iluminó el camino dejando un rastro de cenizas y olor a carne poco hecha. La técnica se fue puliendo. Cómplice de ello fue la Historia, con la muda en mayúscula. Callada y tranquila. Llegaron los corsés, las malas artes y el Barroco. Fue entonces cuando olvidamos las pelucas y matamos a Dios. Para resucitarlo. Lo bautizamos Progreso y heredó el mundo. Inventó la píldora. Pidió permiso para entrar en nuestros cuerpos vía farmacológica. Conquistó nuestras camas. Nos presentó al cirujano. Fotografió nuestros cuerpos amoratados. Y nos llamó diosas.
Escribir a mano es sensual. Caí en la cuenta de que me lo parecía no hace mucho. Algo semejante me ocurre con la gente que camina. Porque, puede que áun no lo sepas pero, caminar, al igual que escribir, es todo un arte. Como follar.
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Y que no te dé vergüenza. Solo déjate caer por la madriguera, querido. Y abre la caja de Pandora. .
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Te cuento todo esto porque he visto que acaricias con absoluta devoción la pluma de segunda mano que encontraste por casualidad. Tú no crees en las casualidades, pero la sientes como tuya igualmente, entre tus dedos. Pasas tus yemas por sus bordes y la invitas a que se deje todo lo que lleva dentro. La vacías de todo lo que significa. Y, sin darte cuenta, poco a poco, te vas dejando la piel. Le cambias la tinta, la estrellas contra el suelo, pero sigue siendo ella. Tu mano la balancea, la acuna, la sostiene. Mientras, escupes lamentos y rezas oraciones. Y te consumes. Tu pisada es solo huella y ella, tan bruja como todas, te abandona.
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Que no te dé vergüenza...
Húmeda y radiante va la novia,
triste y escurridiza,
escurrida,
enamorada de un Mersault encogido,
de un Manson venido a menos.
Radiada y mojada,
sonríe al Cristo colgado en la pared,
le da una palmadita en la espalda,
triste y escurrida,
con el alma entintada por un dibujante amateur,
consumida y agotada,
por sus ganas.
Blanca y triste va la novia,
derramada,
con el hueco hecho girones,
la cara lavada,
y el corazón
a gatas.
Una mujer uterina pregunta si alguien se puede correr desde los hombros. No le respondo. Se lo ha preguntado a otra. Yo solo le hablo de que todas necesitamos calor, mucho calor. Dentro. Ese calor surge cuando él cierra la puerta ¿Lo notas? Cierra la puerta sonriendo. Se gira y te mira. Las muñecas desnudas. Las mira con deseo y se las ofreces ¿Por qué no? Él las rodea con sus dedos. Fuerte. Y las coloca en tu espalda. No sabes si gemir mientras te deshaces piernas abajo o apartar la cara y dejar todas tus pequeñas debilidades en exposición. Él es un coleccionista de orgullosas nínfulas venidas a menos. Pero tú no das el perfil. Y eso te encanta. Te acaricia con la nariz. Tus mejillas se encienden. Empiezas a perder el control. Le sacas la lengua, burlona. Y le sonríes, pero no le invitas a entrar. Él duda. Te libera. Inspeccionas tus muñecas. Recuperas el habla, pero no dices nada. Abres la puerta. Y te enfrías.
Mientras leía una novela brutal -donde los niños de treinta juegan a dioses- se le ocurrío poner una de sus cintas de cuando era más joven. No sintió nostalgia al rebuscar en el armario, de eso se ocuparía la música. Le sonrió a la cajita de plástico. Tenía pegadas las ideas estéticas de entonces en la carcasa. No era época de chapas, pensó. Y se acordó de sus cómics surrealistas, de sus delirios romántico-suicidas, de algunos descubrimientos hechos y compartidos en el centro de su ciudad. Los días eran tópicamente más largos. Tiempo de tejer los mapas de los que después surgirían los recuerdos. Y muchas ganas en el cuerpo. De todo.
Deletrea los nombres de las canciones. Se abren y se cierran huecos en su estómago. Se escapan algunos ju(e)gos y muchas lágrimas. Quería abrir una puerta, pero se ha quedado con el pomo en la mano. Gira sobre sus talones. Le da la espalda a esa chica triste y marciana que quería ser astrónoma, pero no deja de tararear una canción que le recuerda a otra.