Mientras leía una novela brutal -donde los niños de treinta juegan a dioses- se le ocurrío poner una de sus cintas de cuando era más joven. No sintió nostalgia al rebuscar en el armario, de eso se ocuparía la música. Le sonrió a la cajita de plástico. Tenía pegadas las ideas estéticas de entonces en la carcasa. No era época de chapas, pensó. Y se acordó de sus cómics surrealistas, de sus delirios romántico-suicidas, de algunos descubrimientos hechos y compartidos en el centro de su ciudad. Los días eran tópicamente más largos. Tiempo de tejer los mapas de los que después surgirían los recuerdos. Y muchas ganas en el cuerpo. De todo.
Deletrea los nombres de las canciones. Se abren y se cierran huecos en su estómago. Se escapan algunos ju(e)gos y muchas lágrimas. Quería abrir una puerta, pero se ha quedado con el pomo en la mano. Gira sobre sus talones. Le da la espalda a esa chica triste y marciana que quería ser astrónoma, pero no deja de tararear una canción que le recuerda a otra.
Ella deletrea los nombres de las canciones, lo hace como si en ese instante se jugara la vida, la suya, la de usted, su vida. Es ahí que nace el dulce sonido del contacto, el suyo y el mío, nuestro sonido fluye como lágrimas en su sangre y en la mía, la sangre mía.. sonrío, lo hago cada vez que usted se acerca y se apega a este cuerpo, a esta ausencia mía. La suya.
Escrito por alejandro a las 8 de Febrero 2008 a las 07:28 AM