Para qué seguir. Con lo fácil que es caer antes de subir. Para qué mentirte sobre mí. No creo que quieras saber más. Lo que parezco es lo que soy. O eso me dirás cuando te vayas. No sé de qué te sorprendes. Siempre las buscaste con cara de no haber roto nunca un plato. Me agarras fuerte. Yo te miro. Espero que hayas traído suelto en los bolsillos. Te concentras en tu objetivo. Miro al techo. El termómetro marca 40, pero hace frío. Terminas y te marchas. No eres un buen chico. Y tu madre lo sabe...
La pequeña Delirio es una excusa. Copulativa. Estar, parecer o resultar. No responde a las llamadas de atención. Se come los vocativos de dos en dos. Tiene pretensiones de mujer fatal. Paladea las vocales para parecer interesante. Cuenta intimidades posmodernas a ritmo de lo último que ha leído. No cree en aquellos que suspiran con Chabrol. Echa de menos la casualidad. No quiere precipitar lo inevitable. La muy zorra nunca ha predicado con el ejemplo. Los pintauñas la vuelven loca. Solo se maquilla los domingos. Le teme a la coherencia. Enuncia bofetadas. Se divierte cocinando subordinadas para después. No duerme por las noches. Querría ser otra, pero no puede...
Podría contarte esta historia a través de las canciones que componen todo esta místicomagicolandia en la que me encuentro, pero no sé si serviría de algo. Es curioso, pero este cuento sin final comienza memorizando la ciudad. Y no acaba. Como en aquella película capicúa. Nada parece seguro a su lado. Ella es vapor, aire húmedo que te empaña las ideas, agua que se escapa por los poros. También es un sueño que no se recuerda pasada la vigilia, lagrimones de amoniaco y notas sueltas de piano. Sin la magia no hay principio, me dice. Yo prefiero creer que sin la fe no existen las oportunidades. Y los fantasmas me visitan, con sus buenas maneras, tan rancios que emocionan. Nunca subestimes el poder de la nostalgia. Suenan de fondo unos cuantos ecos. Recuerdos. Y algunas versiones de temas que, desde hace tiempo, me hablan de ti...
* The Organ - Memorize the city
* Sinitaivas - En el círculo polar...
* Franz Ferdinand - Jacqueline
* In the mood for love - Quizas, quizas, quizas...
No pensaba escribir en este tubito. Ya sé que también dije en su momento que nunca más en la vida de este blog volvería a colgar uno de éstos, pero una es débil, muy débil, y por pura nostalgia y, cito, "onanismo psicológico", he decidido compartir con ustedes, amables lectoras y lectores, uno de los mejores fragmentos de la mejor serie que ha parido ese dios en la tierra que es Aaron Sorkin.
Más allá de que la banda sonora la firmen los enormes Dire Straits, no me pueden negar que no querrían tener un presidente como Martin Sheen. Y háganme caso cuando les cuento que el doblador hace que este hombre sea todavía más grandioso. Sin olvidar a todos los secundarios carismáticos que hacen de esta serie, El Ala Oeste de la Casa Blanca, una auténtica joya, entretenimiento de pata negra, oiga.
El fragmento pertenece al último episodio de la segunda temporada. El presidente sufre, duda, enferma, se enfada. Es humano, pero no es como los demás. Y la piel se me pone de gallina...
O eso me parece a mi desde que vivo por aquí. Ya sé que no tengo remedio, que espero hasta el último segundo para coger la mochila y las llaves, para precipitarme escaleras abajo y saludar al segurata del VIPS, pero lo que muy poca gente sabe es que algunas malas costumbres merecen la pena, sobre todo cuando doblar la esquina se convierte en una carrera de obstáculos vigilada por el reloj de fachada que me dice que ya llego tarde. El conductor de la sonrisa sincera me llama morena y me da los buenos días. Sin querer, sonrío. Busco con la mirada un sitio donde sentarme y me topo con una niña de cachetes colorados, labios rojo cereza madura y moñitos orientales. Mira con ojos tristes por la ventana. Me recuerda a todo lo que quise ser cuando jugaba a no ser yo. Me hace sentir amarga. Tan bonita y con los ojos hinchados. Juega con un anillo de plata. Se lo coloca en el anular derecho y suspira. Yo me escondo, me compongo, le doy al botón de parada y salgo del transporte sin mirar atrás...
Cuenta todas las veces que te has despertado queriendo resbalar hacia su norte y calienta el agua de la bañera. Asegúrate de que tienes a mano todos los ingredientes: deseo, esponja, imaginación, jabón y champú. Pon esa canción bien bajita y entra en su habitación. Retira la sábana con cuidado. Todavía duerme. Camina con tus dedos por sus piernas. Titubea y sumérgete. Cierra los ojos y pon toda tu atención en sus suspiros. Cuando despierte, susúrrale al oído el resto de la receta. Bésala sin mirarle a los ojos, desciende hasta su centro de gravedad, hazla suspirar, frena en seco y llévala a la bañera. Desvístela lentamente. Lávale el pelo y pasea la esponja por todos sus recovecos. Bésala. Acércale el patito de goma. Busca el jabón entre sus muslos. Hazla sonreir.
No se te olvide servir en caliente...
La llamaban mariposa. Era tímida y letal. No jugaba a la peonza. Se atravesaba la carne con su katana para luego decir que había sido un accidente. Me pregunto si fue una niña sinestésica hasta los cuatro años. Puede que todavía piense que las nubes huelen a cebolla y que las niñas saben a chicle de fresa; que las pupilas suenan a Réquiem de Mozart y que los sueños se comen con mantequilla y mermelada para desayunar. Y es que creció creyéndose una ninja japonesa, pero no sabía distinguir mi norte de su boca, ni mis dedos de su centro de gravedad. Me pedía que la llamara por su nombre solo cuando cerraba con llave su habitación. Y se perdía entre las sombras para encontrarme asustada en un rincón. "No tiembles", me decía. Tanteó mis ilusiones poco a poco. Me arrulló. Se escondió. Me ofreció la felicidad concentrada en un segundo. La creí. Me mintió. Y, un día que andaba distraída, la pequeña mariposa me arrancó de cuajo el corazón...
Pillarte el dedo con la puerta y sonreir. No ponerte bragas en tu primera comunión. Estar loca por y querer que esté lejos, muy lejos. Hacerte un disco con todas las canciones que escuchabas cuando tenías quince años. Releer todos los clásicos románticos de tu estantería y decidir que quieres ser vulgar, mucho. Descubrir que cuando aceptas tu mortalidad la polis te recompensa con un un lugar en la Eternidad. Querer ser una diosa en tecnicolor sin estar muy segura de cuánto te retiene el fisco. Limpiar los cristales y pasar la aspiradora. Tener comida en la nevera y no tener hambre. Escuchar hoy en estereo lo que no hiciste ayer. Dormir. Tender la ropa. Pasar la fregona. Tener demasiadas cosas por hacer y no encontrar otra forma de sentirse realizada que limpiando el hogar.
Hemos olvidado el significado de tantas palabras, de tantos momentos, que hemos decidido reirnos del futuro. Y este siglo solo da a luz cobardes que no quieren saber. Nos reimos de aquellos que se comprometen. Nos parapetamos en nuestro orgulloso pedestal para no parecer inseguros. Somos la generación del horror al vacío porque nos da pánico que detrás de las letras, los colores y las formas no haya más que fuegos artificiales. Y no paramos de reir, de fumar, de consumir, de soñar con tener, de vivir nuestra ficción para, después, pedir nuestra ración de soma antes de dormir...
Sabes que llegas tarde pero apuras los minutos entre las sábanas. Te duchas corriendo y te maquillas a tientas. Llamas al ascensor. Doblas la esquina de todas las mañanas y coges el 21 por los pelos. Picas y te sientas junto a una chica. Al principio no reparas en ella. Mira al frente y sostiene un yoghourt. Sin cuchara. Aprieta el plástico con su espléndida manicura y se acerca el envase a los labios. Da pequeños lametones y su lengua se tiñe de rosa. Saborea y repite la acción. Tres veces. Me quedo maravillada. Con qué delicadeza, con qué ternura le arrebata al plástico los últimos restos de crema de fresa. Cuando ya no queda mucho más que su saliva, se pone sus gafas de sol estilo años cuarenta y desanuda sus piernas. Alguien le da al botón de parada. Se recoge el pelo en un moño y se marcha. Pienso en darle al Reset de este miércoles, bajarme con ella y preguntarle la hora, pero tan solo alcanzo a seguirla con la mirada mientras el bus arranca.
Guardo tantos cuadernos como puntos de inflexión y crisis de identidad he tenido el gusto de vivir. Hoy pensaba en tapas de cuero y papel de Florencia. Y una herramienta de escritor...
Tengo que irme a la cama, porque estudio pero no estudio, porque me he mirado al espejo con los ojos cerrados, porque me gustan las faldas cortas pero no me atrevo a enseñar las piernas, porque mañana quiero llegar temprano a todos lados, quemar los segundos, limpiar los cristales y soñarme despierta. Tengo un ángel de la guarda que me pregunta por el pulso de mi rutina. Pier, pieris, como en latín, pero con emoción. Dice que hace frío allí donde vive. Es valiente y quiere escribirle cartas a los tristes mortales que vivimos al otro lado del charco, con todas las vocales acentuadas y el dulce aroma de un café a medio beber. Me grita al oído preocupada y yo me callo, porque no sé qué contestar, no me sale decirle que hay días que me pierdo en el baño, entre polvos de talco y esmalte de uñas; también me cuesta contarle que no es fácil cerrar la puerta de la nevera y correr las cortinas por la noche. No sabe que me enamoro de los tópicos para luego partirles el corazón, a cañonazos. Pero intuye que la escucho, que me encanta su sonrisa cuando la leo, que le debo cuentos de mi puño y letra, que construyo castillos en el aire y que me ceno todos los noes en los días pares, aunque llore en seco en los impares. Es mi devoradora de ideas, mi huracán de sentimientos, mi estimulante celestial... es mi duende virtual!
Es como salir del cascarón. Precipitarme escaleras abajo y caer en la cuenta de que ya me he acostumbrado a las irregularidades de la madera, al frío de la barandilla, al olor a viejo del portal. Las bajo de dos en dos, como una niña de seis años. Me asomo al buzón del 3ºA, por curiosidad. Meto la mano en mi bolsillo izquierdo y me cercioro de que el papel sigue ahí. Sonrío para adentro, para que nadie me vea. Me pinto de mujer fuerte y abro la puerta.
Porque buscar el camino en carretera nunca me sirvió de nada. Paro a repostar y me bebo a la chica que me sirve agua con hielo. Me enfría tan solo levantando una ceja. Le doy las gracias y me marcho.
No recuerdo cuando pinté mis uñas de rojo, ni cómo encontré ayer el camino de vuelta a casa. No llevo los dados conmigo y el calendario no lo siento como antes. Miro mi teléfono. No hay mensajes ¿Por qué iba a haberlos? No me atrevo a marcar siete dígitos, pero algo en mi estómago me empuja. Y no consigo recordar por qué te fuiste. No consigo recordarme tal y como me soñé en tu sofá.
Porque repasar los apuntes de mis útimos días nunca fue mi especialidad en la escuela. Siempre preferí dibujar en los márgenes. Y busco orientación leyendo un periódico atrasado. Porque sí. Hablan de una mujer. Sumo toda la calderilla de mis bolsillos interiores y me da siete. Todo vuelve a tener sentido, por un momento...
Me cuentan al oído que eres fría e implacable, que te gusta decirle a los hombres que bebes café solo y que llevas guantes rojos por pura temeridad. Eres como todas esas damas, de orgasmo difícil y mandíbula apretada, con ganas de pasearse por el infierno para justificar sus instintos suicidas, con toda esa voluntad desbordando el esmalte colorado de las uñas de sus pies. Juegas a la compulsión y dices estar haciendo todo lo que puedes para no resultar más excéntrica que tus personajes. Me gustaría saber a quién te traerás puesta esta tarde, cuál será tu nueva canción, tu próxima novia, tu siguiente aventura de excepción... y cómo responderé a tus titubeos de niña perdida, a tus mentiras piadosas, a tu sonrisa suave, cruel y tierna, como la obra de teatro, como una bofetada de algodón ¿¿¿La pianista de sex-shop, la hermana acorazada, la adúltera redimida, la modelo de Newton, la pelirroja sin corazón??? La mujer más bella del mundo en este sábado por la tarde en una película de Chabrol...
Camisetas naranjas, regalices negros y chapas. Una es roja pero limpia, oiga. Y estamos dispuestos a correr aventuras, muchas, todas juntas, esta noche, junto a niños y demonios vestidos de carnaval. Me pinto la raya. Mi pequeña revolucionaria llega pronto junto a su musa. Y resulta que Blas es el batería. Ejecutivos agresivos y mujeres de empresa con el traje de inconformistas se abren paso entre ginebra y cuadernos de cuentas. Horror al Vacío en escena. Gritos, sonido que se escapa del control y Photographic a dúo. Las marionetas se cambian los colores y los Asesinos de la Costa del Sol juegan a decirnos que no hay que comprar muebles en IKEA, que es mejor viajar a Portugal y que todos votan al PP. La pequeña Zelkova bosteza mientras se recoge el pelo y nos enseña sus piernas. Una foto perdida. El Zascandil revolotea. Las ondas se tranquilizan y el Nene Guarda me agarra de la cintura tiernamente ¿Eres la pequeña Delirio? Desde luego, para lo que usted quiera, amable desconocido. El Accionariado se hace un ovillo y, junto a sus socios y personajes interesados en la profundidad de la noche madrileña, caminan con sus intrumentos bajo el brazo en busca de otra Revolución.
Tengo ganas de gritar y tú me callas a besos. De esos fuertes que me quitan la respiración. Me agarras, me gritas y no me entero. Bueno, si, pero es como si lo viera todo desde fuera. Te miro y tampoco estás ahí. Camino pestañas arriba y miro a la pared. Me dejo llevar. Y no vuelvo...
Busco destinos mejores en el globo que me regalaste. Y solo me queda pedirte que me borres del mapa.
*Pinchen la foto y alucinen (via)..
Cuando leo de madrugada sueño que las habitaciones se convierten en mundos donde el tiempo se transforma. Y solo quedan fragmentos. Cierro los ojos para imaginarte tumbada. Abrazada a tu cuento favorito. Entre estas cuatro paredes. Solo existes tú. Incompleta, luciendo tu vestido de los viernes. Saboreando tu helado favorito. Mirándote en ese espejo que hiciste pedacitos. Sosteniendo tus palabras antes de que salgan de tu boca. Atada. Amordazada. Tiernamente esclavizada... en esta habitación.
Llego acalorada. Joder, no ves que el asfalto se derrite pero te dedicas a contar cada gota de sudor que resbala por mi espalda. Me deshago. Subo las escaleras a trompicones. Me desplomo sobre la cama. Creo que pierdo la cabeza por un momento cuando te oigo hablar, muy lejos, como en un sueño. Me pides que ande contigo. Que abra mi boca y que te hable. Que levante mis manos, las sostenga en el aire unos instantes y las pose sobre ti, muy lentamente. Me coges del meñique y me susurras que eres fácil de ver, que cuando te rompes lo haces por mi. Que dices la verdad pero que las mentiras, mis mentiras, la distorsionan. Yo sigo creyendo que mi amor es un trofeo para ti, que lo único que buscas es que me desnude del todo, porque solo te sientes satisfecho cuando ves rodar mis lágrimas mejilla abajo. Se te escapa una sonrisa. Te he pillado, pienso. Asiento embobada, con esa cara que tanto te pone, mezcla de asombro y picardía. Te digo que lo siento, que no sé qué esperas de mi, más allá de mi vicioso apetito. Te pregunto si me necesitas. Contestas, pero no hay respuesta. Me pongo las sandalias rojas. Bebo agua del grifo. Eres mi tipo y lo sabes. Te llego a lo más bajo. Pero no eres el único.