Tu piel era azul casi transparente. Tus ojos pedían demasiadas vocales abiertas en canal para llenar mi reino hueco. Yo disfrutaba convirtiendo tus diptongos en hermosos hiatos. Solía apoderarme de tantas mentiras piadosas como cicatrices coleccionaba de tus asaltos. Ganabas haciendo trampas. Demasiadas. Y follarte resultaba adictivo, pero exigías mucha, demasiada concentración.
Hoy sueño que soy otro personaje en la función que tú diriges. La niña viste canas. No piensa que el sexo sea mera cuestión de estética. Te engaño, claro, pero mantengo un cierto pudor. Me lo pides, como hace años. Cogerte de la mano y enseñarte el abismo. Empujarte. Verte caer. Esperar junto a tus pestañas a que vuelvas a tus membranas y ligamentos, a poblar tus venas y arterias de presentes continuos, a rellenar con recuerdos ese cascarón que yace al borde de mi. Un horizonte y el amanecer en un parque. Junto a un soñador permanente. Y sin decirte que sí.
Ese extraño cosquilleo que,
desde la base de mi columna,
me recorre toda entera
para llenar mi reino hueco...
Jesus Christ Superstar - Everything is alright
Esta noche la luna está llena, pero no sé de qué. Puede que deshacer recuerdos en la lluvia suene bien así escrito. Deshacer recuerdos. Obviar todo el tiempo dedicado a clasificar cada suspiro, cada mirada, cada orgasmo compartido. Y decirte al oído "nunca te he querido". Olvidar tu tono confidente. Dejar de llorar. Desear que llores tú, hasta hipar. Sí. Odiarte por no sentir a lo bestia, por dejarme para más tarde. En la recámara. Y pegarte tantos tiros en el corazón como sonrisas complacientes me obligaste a esbozar frente al espejo. Soñar. Que te rompes las dos muñecas y las sustituyes por esposas. Y decir sí quiero al revés. Robarte el corazón y quedarme con la coraza. Llenar tanto vacío con litros y litros de tiempo muerto. Y sentarme frente a tu ventana. A esperar.
Spiritualized - Ladies and gentlemen, we are floating in space
Desde su trono de falsa matriarca
le dijo a la joven promesa
que su vida estaría
cubierta de
escarcha
Fin
Amanece y la calle está mojada. Me laten los segundos en la oreja. No reparo en el escenario y me levanto de la cama. Entro en la ducha. Mientras el agua salpica las paredes construyo algunas mentiras para hoy. Su cepillo de dientes vuelve a ser azul. Tiró el morado. No aceptó el rosa. Me gusta el azul, dice. Me visto de chica sensata y no me despido al salir por la puerta. Respiro hondo y me esfuerzo por recordar. Compro el periódico, cojo el metro y viajo en ayunas. Miro la fecha. Me han robado dos días. Llego tarde a trabajar.
La gata de Ulises
Lucrecia, mi amante, es la sombra de todas aquellas
que han intentado mostrarse tangibles
por el solo placer de sentirse vulgares.
Ellos han intentado ligarla a la realidad de sus caderas.
Yo, ambicioso también, creo que la engaño,
porque le regalo pintalabios y sombra de ojos,
tacones de aguja y corsés de cuero y seda;
en nuestro delirio corporal le suelo pedir que se case conmigo.
Se engaña, la engaño, nos engañamos todos;
Ilesos, casi enamorados,
creo posible escapar de mi tristeza especular.
Como mi amante,
cuido mis instrumentos y limpio mi armamento,
y pese a mis deseos,
cada día que pasa veo más lejana
la posibilidad de que su templo sea la cura a mi tormento.
*Nota: Este poema no podría existir sin la propuesta de un poeta brutal. Gracias!
Y como la cosa va de versiones, prueben a cambiar la palabra "amante" por "hermana" y comprenderán por qué se tortura el pobre Ulises de este poema...
Me hago un ovillo en el último vagón del metro y sumerjo mi naricilla en mi penúltima lectura. Las letras que leo me hacen sonreir. Levanto la mirada por encima de mi libro. En frente, un chico dormita agazapado. A su lado, una hermosa mujer de mirada azul, densas pestañas y pelo enredado deja de leer lo último de Doris Lessing y repara en la presencia del chaval semi inconsciente. Su gesto se ablanda. Esboza una sonrisa dulce y tierna, casi maternal. Cierra su libro y parece que le va a acariciar. El tren se para. Es su parada. El chico sigue durmiendo. Se levanta. Se coloca la falda. Su gesto azucarado se torna en mueca perversa. Al salir hace notar a todo el vagón el poder de sus tacones. El bello durmiente abre los ojos. Ella sonríe triunfal, me mira de refilón y se marcha.
Damas, señoras y mujeres, no se deben asombrar cuando el señorito de turno se corra entre sus piernas, sin permiso ni preservativo. Lo que deben poner a salvo de todos los ojos que sonríen es su desmedida frustración; que no se les escape por las costuras, por favor. Ahoguen carcajadas, risas y sonrisas en litros y litros de ginebra con limón. Simulen que sus tobilllos se tuercen, que sus ojos se humedecen. Cambien la letra de la hepatitis que tuvieron de adolescente. Miren a los ojos, para variar. Remienden su virgo. Estudien sus impulsos. Recuerden desde dónde y hasta cuándo residen sus cosquillas. Sean absolutamente vulgares en la intimidad. Escuchen. Griten. Traicionen. Y, sobre todo, no les corrijan en público, no vayan a tomar por simple y llana soberbia lo que para ustedes no debe dejar de ser un perverso y dulce juego.
Robándole indecentemente al señor Pàmies el título de uno de sus cuentos comienzo a tararear. Por los amplificadores de seis euros gotean unos y ceros salidos de cuatro chelos. Ponerle banda sonora a algunos momentos del día resulta arriesgado, porque hoy no me sentía ni cansada ni somnoliente, pero las notas de una versión de Metallica han ido entonando mis ganas durante toda la mañana. Me sienten fría, lo noto en la forma en la que me hablan. He cruzado las piernas para no pensar. Querría salir de aquí, pasar el día en el Retiro, terminar de leer Arrugas y olvidarme del final de ese cuento. Alguien me preguntó si estaba bien para leer en el metro. Son cuentos cortos, contesté, pero todo lo breve tiene trampa. Ya lo advertía Vila Matas en el prólogo. Pero, por qué el metro como biblioteca, como religioso centro de lectura, le pregunto. No contesta. El libro entre las manos, una excusa para no levantar la mirada. Qué deliciosa coartada. Cruza por mi cabeza una escena perversa, pero la desecho en cuestión de segundos. Permanencia, ruptura y per-versión. Cómo no querer cambiar el final de ese cuento.