16 de Junio 2005

Maybe you are my puppet...

delic.bmp
Escrito por La pequeña Delirio a las 11:15 PM | Comentarios (1)

15 de Junio 2005

“No hay frontera entre la literatura y el periodismo” Juan José Millás

El Foro Complutense nos ofreció a finales de enero un diálogo entre Juan José Millás, escritor y periodista, y Joaquín Aguirre, profesor de la facultad de Ciencias de la Información. Bajo el lema “Ente la literatura y el periodismo” Millás trató temas como el de la representación de la realidad, la rareza de la normalidad como valor noticiable, la cultura como ingrediente indispensable para poder elegir y la persistencia de la ilusión de la realidad, retratada en su libro sobre el Caso Nevenka, donde este escritor relata a modo de lo que él llama “gran reportaje”, por su extensión, “la destrucción y reconstrucción sin apoyos externos de Nevenka Fernández”.

A propósito de este trabajo surgió el debate sobre el subtítulo de esta obra, “Hay algo que no es como me dicen”, que nos desveló que tenía que ver con una constante que torturaba a la protagonista del reportaje, ya que no entendía por qué le ocurría a ella, una buena chica que creía que el mundo era de una determinada manera, aquella situación de falta de apoyo de todos los sectores de la sociedad, desencadenada por su demanda de acoso sexual al alcalde del municipio del que ella era concejala.

Se le plantea desde el público si esta obra debe considerarse novela o reportaje, a lo que responde que “la articulación hace que el reportaje parezca una novela, pero no hay ficción por lo que es un gran reportaje”, lo que aprovecha Millás para derivar su discurso a las formas de contar una historia o reflejar la realidad, situación que aclara diciendo: “La vida es inevitable y la literatura y el periodismo se componen de elementos necesarios, no de elementos desarticulados. Cuando se cuenta una vida se convierte en discurso. El periodismo y la literatura son discursos en la medida en que ambas son representación de la realidad (…) El periódico es una representación de la realidad, no es la realidad”. Y matizó hablando sobre qué se considera realidad y qué ficción cuando sentenció como ejemplo que “todos los artículos que trataron sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak son ficción”, ya que todas las informaciones sobre el tema se publicaron como verdaderas, pero más adelante se supo que no debían considerarse como tales debido a que no se encontraron dichas armas en Irak.

El periodismo y la forma de relatar acontecimientos en prensa quedó perfectamente enmarcado desde el prisma de Millás al utilizar una misma situación y dos tratamientos diferentes a la hora de trabajar la información. Así, explicó que cuando escuchamos una noticia a la hora de la cena donde se nos cuenta que han muerto un número determinado de personas, tendemos a no inmutarnos ni conmovernos. En cambio cuando se relata que ha sido encontrado un hombre bajo unos escombros gracias al sonido que provocaba una caja de música, el público si siente una relación y una proximidad con la víctima. “El grano está en la periferia del suceso. En lo pequeño está el significado. Tanto en literatura como en periodismo no hay que ir al grano”. Concluyó con la recomendación para todos los periodistas de que la elaboración de un buen artículo, reportaje o “articuento” depende de la capacidad para asociar datos principales con periféricos, sumándole la dosis de ironía que se crea necesaria y el talento propio de cada uno.

Escrito por La pequeña Delirio a las 1:14 AM | Comentarios (0)

Querido Nadie

Querido nadie, desde que supe que existías, desde que pasaste de ser un tap tap en mi mente a una prueba en mis manos, no puedo dormir de un tirón. Me arrancan del sueño pesadillas protagonizadas por monstruos que revientan mi vientre, por niños sin piernas ni brazos, por padres ahogados en ira, decepción y tristeza. Busco consuelo en las miradas cómplices de los extraños, pero tan solo me devuelven indiferencia ¿Acaso es eso lo que provoco? ¿Es porque tan solo estoy de dos meses y mi vientre no es el escaparate de una obviedad? Me imagino las miradas indiferentes tornando a condescendientes, con un leve rastro de reproche y pena. La juventud tirada a la basura, exclamarían esos ojos anónimos, esos jueces sin título.

Pero, aun no tengo barriga y tampoco he cumplido los dieciséis, por lo que no sé qué voy hacer. A tiempo, aun estoy a tiempo. La amable señorita del centro de planificación familiar me aconsejó que se lo dijera a mis padres; le respondí que ella no conocía a mis padres. No pudo ayudarme en más. Sé de una píldora y de viajes a Londres, pero ya no estoy a tiempo de lo primero ni tengo dinero para lo segundo. Y me siento sola, porque ni siquiera las miradas de los distraídos transeúntes, perdidos en sus privados pensamientos, me provocan algún tipo de alivio.

Tan solo me queda esperar un milagro, o que el hada madrina me haga un regalo, o que tú desaparezcas por arte de magia, dejando tan solo una cicatriz en mi mente, el recuerdo de este continuo tap tap que se ha teñido de rosa, una sospecha hecha carne, latido y nauseas.

Querido nadie, no puedo ponerte un nombre porque no quiero saber cómo llamarte. No quiero que te quedes más tiempo porque no deseo quererte, ahora no, en este momento y en este cuerpo no. Ojalá pudieras oírme, comprenderme y perdonarme porque eres un intruso en mi casa, porque no has pedido permiso para instalarte en mi vientre, porque tan solo soy una adolescente cualquiera, mujer al fin y al cabo, con muy mala suerte.


Escrito por La pequeña Delirio a las 12:56 AM | Comentarios (34)

7 de Junio 2005

¿Nucleares? No, gracias

La ciencia ficción, nacida tras la II Guerra Mundial, ya nos advertía de los riesgos y peligros inherentes a la Era Nuclear que llegaría tras las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Escritores clarividentes como Bradbury, Orwell o Asimov utilizaban en sus historias la tecnología nuclear tanto para sus ingenios tecnológicos como para dar cabida a las mayores desgracias planetarias de tintes apocalípticos. Los hijos de la Guerra Fría crecieron con el miedo a un inminente exterminio y esa época gris tan solo trajo historias igualmente grises, salpicadas de breves destellos de luminosidad. El miedo y la lucha de bloques no dejaban ver más allá.
Tras caer el muro y comenzar la política de desarme nuclear, el mundo respiró aliviado. Pero, aunque los ochenta trajeron el final de la lucha entre gigantes, también nos dieron la bienvenida con un vergonzoso accidente y la inminente liberalización del mercado eléctrico. Y la pérdida del miedo.

Los dueños de las centrales nucleares se dieron cuenta de que el suyo era un negocio caro y que, frente a las siete hermanas petroleras, poco tenían que hacer sino comenzaban a abaratar sus gastos. Así, comenzó una política de reducción de costes que nos llevaría al presente continuo en el que nos encontramos.

No se trata tanto de la pérdida del miedo como de la del respeto. Hablamos de una energía intrínsecamente peligrosa, con un coeficiente de riesgo proporcional a la inversión hecha en materia de seguridad. Cuanto más se recorten los gastos y se escatimen medios, mayor probabilidad habrá de que la central sufra un accidente.

Los órganos de control han levantado la mano y han dejado hacer a las empresas. Son las organizaciones creadas a partir de la necesidad de tapar los agujeros en la red social las que ejercen un verdadero control, denunciando reiteradamente el riesgo que se corre manejando esta energía de manera irresponsable.

Greenpeace se ha convertido en el altavoz, alternativo a cualquier gobierno, de las energías limpias. Abanderados de la lucha contra la energía nuclear, autores allá por los setenta del famoso lema “¿Nucleares? No, gracias” y agente social poseedor de una gran fuerza activa, al menos mediáticamente hablando.

Frente a este tipo de organizaciones no gubernamentales, nos encontramos con el resurgir de una opinión pública favorable a la energía nuclear. Tanto políticos como ingenieros ven en ella el futuro alternativo a las grandes y caducas petroleras. Pero su mirada se queda ahí. Las centrales eólicas, solares y de biomasa no entran en la ecuación ya que su investigación no supone enriquecimiento al instante. La inversión en energías renovables no deja de ser anecdótica, mientras que los gastos de mantenimiento de una central nuclear, contando enriquecimiento del uranio, tratamiento, transporte y correcto almacenamiento de residuos, se sale de unos presupuestos que provocan el replanteamiento de una serie de gastos, todos en materia de seguridad.

Pero no se puede poner en riesgo la seguridad de nadie – y lo que aquí se plantea es la conservación de todo el planeta, no solo de la de un atolón o la de una zona del desierto de México -. La nueva situación en el marco de las relaciones internacionales ha avivado el ansia por parte de determinadas naciones de armarse nuclearmente. Corea del Norte o Irán han enfocado su necesidad de rearme desde una perspectiva soberana, no exenta de cierta razón ya que, por qué va a poder tener un arsenal nuclear Estados Unidos, Francia o Israel mientras el resto de países deben claudicar ante cualquier exigencia de las potencias nucleares... pero estos planteamientos tan solo nos llevan a otra guerra fría, a otra era de rearme, a otra era de miedo y oscuridad.

El terrorismo internacional es el actor novel que ha venido a poner el mapa del revés. Se trata de la perfecta excusa por parte de potencias y superpotencias para argumentar la vuelta al armamento olvidado. Ante esta ¿nueva? amenaza, los gobiernos se frotan las manos engordando presupuestos armamentísticos y olvidando toda demanda social. La reducción de costes en energía tan solo nos devuelve la amarga cara del riesgo potencial, caminando lentamente hacia la catástrofe.

La energía nuclear es un error. Desde que se planteó hasta el accidente de Chernóbil, desde la primera bomba atómica hasta el último escape de Vandellós II. Existiendo alternativas, todavía en pañales, que no plantean ningún riesgo para la salud pública, resulta paradójico a la vez que temerario que se insista en esta energía que tan solo ha traído desgracia y enfermedad. Una energía cuya suciedad invisible, se transporta en bidones por las noches y se entierra en cementerios ubicados en pueblos de alma vendida al diablo.

No se trata de la energía “limpia” que nos prometieron. Sin impactos visuales, ni horrorosos paneles solares, pero con fugas imperceptibles más allá de los contadores de radiactividad, más allá de la latente enfermedad. No es el cuento de ciencia ficción donde las naves espaciales nos liberan de las cadenas de la madre Tierra y nos llevan a otro planeta sano y virginal, dispuesto a ser conquistado por energías pervertidas. Es el presente continuo del ahorro y la desregulación, del enterramiento de las vergüenzas y el ocultamiento de la realidad de la situación. Otro telón de acero, otra ventana opaca en una cuestión que debiera ser transparente.

La frecuencia con la que se afirma que la energía nuclear es barata hace que nos preguntemos qué se entiende por esa palabra: “barata”. Los costes de los tratamientos de residuos que están destinados a durar miles de años, el mantenimiento de las centrales y la formación de los civiles que las manejan son la evidencia de que el término “barato” está infravalorado. La seguridad nunca debe ser barata. Los sucedido en Vandellós II no es más que la punta del iceberg de unos modelos de gestión de la seguridad muy preocupantes. No estamos preparados para un accidente de estas características y lo único que se les ocurre a los que ya tienen el problema encima es crear otro cementerio, más grande y profundo, para enterrar el problema lo más lejos posible de sus conciencias. ¿Barata? Dudo que los afectados por el “incidente” de Chernóbil opinen de esa manera. Al igual que los habitantes de Mururoa, Three Mile Island o Nuevo México, víctimas todos del progreso.

La inversión en energía nuclear ha disminuido no solo en seguridad. Desde los ochenta no se plantea la construcción de una nueva central en Estados Unidos y las que se van considerando ancianas están próximas a su cese y desmantelamiento. Mientras, hay quien desea que compren sus caducos proyectos nucleares, ya sea en Brasil o Argentina, aunque suponga un endeudamiento que nunca pueda ser saldado para el país que invierta en ello.

El futuro está en la energía nuclear, rezan ingenieros y políticos, líderes asustados por la escasez de oro negro y gases variados. El futuro está en la energía nuclear, hija de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría. Pero, recemos, aunque no creamos, para que haya un futuro después de esta anunciada era nuclear. O para que el mundo despierte y vea en el sol, el viento y el agua una alternativa limpia y renovable, un mundo donde no haya que rezar para asegurar que habrá un futuro.

Escrito por La pequeña Delirio a las 2:12 PM | Comentarios (3)