Agua. Sueño con agua cuando mis emociones empujan, fuerte. Esta noche sé que he llorado. Agua de nuevo. También estoy dejando escapar lágrimas en este preci(o)so momento, pero eso se debe al recuerdo, que estrangula, que conmueve. Hubo un tiempo en el que me enfundaba un bañador negro, con cremallera en la espalda, y nadaba. En mi sueño la piscina era olímpica. Y profunda, muy profunda. En el vestidor hago todo lo posible para no dejar huellas. Rojas. El bañador ha cambiado, ahora llevo el body amarillo con el que ensayaba cuando era todavía más joven. Baile fuera y dentro del agua. El gorro de natación no me queda. Ha menguado tanto. No lo recordaba tan pequeño, como un dedal. No quiero que nadie se entere de que sangro. Alguien me empuja ¿O soy yo la que cae? Agua de nuevo, elemento asociado a lo femenino como concepto esencial. Me recuerda a una viñeta de Promethea, pero las emociones no emergen. Me arrastran. Me hundo. Me ahogo. Caigo, pero el fondo queda lejos y otros nadan sobre mi cabeza. Caigo. No me queda tiempo para atravesar el espejo. Cierro los ojos. Subo los brazos. Dejo de tener miedo. Y llego. Suelo. Dedos. Frío. Me impulso. Sonrío. Yo, yo, yo... lloro. Respiro.
Desde la víscera. Quiero que sepan, si leen, si saben leer, si intuyen que no hay más verdad que la ficción, que solo cuando nos abrimos en canal logramos atravesar el espejo. Los niños lo saben, por eso escuchan los cuentos con los ojos desorbitados. De ahí mi necesidad de universos paralelos. No quiero poesía, quiero sangre, y pintura, mucha pintura, roja, como la entraña desde donde todo surge. Estomacal es esta necesidad de verdad, de momentos eternos, de sentido. No me explico con propiedad y no crean que no me incomoda. Me frustra esta tierra de nadie en la que me encuentro en este jodido instante. Un segundo, solo un segundo mirando por la ventana y recordando. Era la astrónoma, de pequeña, pero quería ser la astronauta. Soy la astronauta y me dispongo a matar a esta versión de mi misma que me invita a tirarme por la ventana. Le cortaré el pescuezo. Va a salpicar. Pero dejará de darme vergüenza que me pregunten por mis sueños de papel, pinceles y acuarela.
No puedo, no quiero, no sé comportarme como una hembra complaciente. Se me caen las vocales al hablar. Consonantes, nada más. De las que hieren, consagran, no consuelan ¿Condenan? Son palabras mutiladas las que se me escapan, bravas, por la comisura de mis labios. ¿Templada? Ni frío, ni calor. La correa no me vale. Nada me consuela. Nada. Una mujer anda suelta.
Cómo bien pueden ver, La pequeña Delirio está en obras. Pueden saber de sus aventuras en este otro lugar: http://www.reinohueco.blogspot.com