Camino todas las mañanas. Es una mala costumbre. Bajo escaleras, subo escalones, transito el pasillo de casa de camino al baño esterilizado. Discuto, me enfado, desde tan temprano, el zumo de naranja (amargo) en mi garganta y el jersey de cuello vuelto en el armario. No paseo, arrastro mis extremidades inferiores, las empujo hacia la primera parada y veo pasar las vías. Me pesa algo y respiro poco. Deshago conversaciones, me abandono en un asiento junto a una ventana empañada. Y recuerdo un fotograma de mentira, un sueño de los que se retienen a propósito, desde la vigilia... esta noche he caminado desnuda, dormida... Me duelen las piernas, los brazos los siento aplastados por mis propios nervios, por mis deudas, todas pendientes, de un hilo o de mil madejas de colores chillones. Algo tira de mi hacia el suelo. Ya estuve antes ahí, arrastré mis ilusiones por aceras en obras y las convertí en lista de la compra: cuerda para colgar corazones lavados a mano, pinzas astilladas, cuchillos de mantequilla, de los que atraviesan carnes tiernamente, aceite de oliva virgen extra, vinagre balsámico de módena y un pellizco de sal cogido del suelo cuando nadie miraba... Zapatos de tacón de aguja para llegar al cuarto piso sin ascensor en el que he escondido tu cadáver. Me cuesta caminar de espaldas al hueco de la escalera, tonteando con la posibilidad de cambiar el número de baldosas de este pasillo que huele a calorcito. Planeo mis pasos golpe a golpe, tacón, punta, palmas y golpe. La puerta está abierta y tú te has llevado tres fotos, dos libros de cuentos y toda una vida, la mía...
Escrito por La pequeña Delirio a las 24 de Marzo 2006 a las 01:46 PM