En ocasiones, parece como si una marea de la peor cultura occidental se extendiera por el mundo como un batido gigante de fresa. Qué manera de desparramarse sobre el planeta, dulce, empalagoso, homogéneo, lleno de números precedidos por la letra e, estabilizantes y glutamato monosódico, con idéntico sabor en Samoa, Siberia o Somalia.
Admitámoslo, eso sería reconfortante para aquél que ama su patria y no quiere tener nada que ver con las costumbres y productos del lugar en el que está de paso. Recordemos ese gran despropósito venido de los odiados Estados Unidos que es Apocalipsis Now, firmado por Francis Ford Coppola, donde la realidad allí retratada roza la parodia. Conejitas de playboy, conciertos de rock, cerveza y surf para que los soldados allí destinados no se sintieran desubicados y abandonados.
La fascinación que crea la cultura occidental en los países orientales es curiosa y ejemplar; como Japón, donde su sociedad mezcla a Elvis con los Samurai, cantan pop y rock japonés en un karaoke casero y rinden culto a dioses milenarios empapados de filosofía zen y consumismo made in USA. ¿Es esta la respuesta?
La bonanza y el estilo de vida occidentales se exporta, pero lo que llega no es más que una perversión de una sociedad ya de por sí pervertida. El Capitalismo fomenta unas necesidades, la publicidad explota al máximo esas necesidades y, si se queda sin ellas, las crea. La creación del logo y todo lo que debe representar, alejándose de lo que es en realidad: un imposible rubio y tetudo hecho muñeca, unas zapatillas con un globo en el talón montadas y tejidas por niños desnudos, la promesa de que seré feliz tan solo poniéndome esta chaqueta o bebiendo un café de tres euros.
Me gustaría saber qué tipo de satisfacción produce el viajar al otro lado del mundo para vivir una experiencia vacacional en un recinto hotelero, superprotegido de la miseria generalizada del país. Es fácil saber qué piensan los habitantes a los que es negada la entrada a estos centros de despilfarro y orgía consumista. Es sencillo hacerse con su rabia y frustración ante la cercanía del sueño, ya que eres vecino, trabajas fabricando vaqueros pero no tienes el suficiente dinero para alcanzarlo, para poder disfrutarlo.
Pero de qué nos estamos quejando, tenemos el mejor sistema de la historia, el que garantiza mayores libertades individuales; el que, incluso contando los fallos y huecos, nos ofrece una libertad y garantía de escapatoria de las presiones tradicionales de la sociedad como la superstición religiosa, la jerarquía o el patriarcado. La garantía de unos derechos fundamentales que no deben ser vulnerados.
De todas formas, tal diseminación de una cultura dominante puede desembocar en un problema de identidad patriótica ya que la nación-estado pierde su razón de ser cuando se reproduce y globaliza a esta escala. Y volvemos al mestizaje, a la hibridación de la cultura; aunque también hay que tener en cuenta que son los intereses comunes los que crean lazos de unión, más allá de las fronteras, actualmente unidos por la red. Pero creer que la nación-estado no se defenderá, no provocará una nueva masacre para anular naciones en pos de una nación única y ejemplar (Una grande y libre). Ya no hay amenazas para los estados, no tiene sentido la hermandad guerrera, por lo que parece más factible que se busquen soluciones en el sistema de relaciones internacionales, colaborando unas con otras para garantizar una constante expansión económica.
La globalización de la inmoralidad, del sexo hollywoodiense, de la familia deshecha. El Vaticano no comprende los abortos, los divorcios, los matrimonios entre homosexuales. Ningún fundamentalista parece comprender, porque tocar el tema de la libertad, para las religiones, es tabú. Se trata de un sistema de control de masas de corte tradicional, un sistema de castración social que permite manejar a la población. Me parece lógico que este tipo de conquistas sociales alarmen e intimiden a las instituciones religiosas. Pero las mujeres nunca hemos sido representadas por éstas; ahora podemos elegir, privilegio que fuera de occidente nos está vedado.
Pero la cara más amarga de Occidente la pone el Neoliberalismo, las consecuencias del Capitalismo voraz que somete al resto del mundo. El Liberalismo se ha caracterizado por ser una cultura misionera, siempre a punto para evangelizar a la oveja descarriada de turno. Su expansión, la cultura de libre mercado descontrolado, se cimenta en unas teorías económicas carentes de ética y que han ido evolucionando a la par que las nuevas tecnologías. Durante el siglo XX, el progreso de la ciencia y la tecnología ha allanado el camino del liberalismo más codicioso y despiadado.
Escrito por La pequeña Delirio a las 28 de Febrero 2005 a las 03:04 AMUffffffffffffffffffffff, que fuerrrrrrrrrrte!!!!!
Escrito por Mario a las 22 de Junio 2005 a las 04:01 PM