Y admitió en público, desde su prisma castigado por el hambre, que la pintura contemporánea sobrevive por la necesidad del público de sentir la carne en sus retinas. Amasadas con aceites oleosos y diluidas en la memoria. El color perdido de los lápices Alpino. Prueba con el naranja aplicado despacito. Mejor. Deme la tabla de pantones, por favor. Necesito atrapar el deseo en tantos lienzos como cuerpos adolescentes se ha tragado mi memoria. Y el pintor no es dibujante; tampoco es escultor. Es el arquitecto de la carne y sus pecados. Y yo, un humilde espectador.
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