Golpeo la puerta de la calle cada vez que salgo por las mañanas de casa. Muy fuerte. Las puertas hay que dejarlas bien cerradas cuando no quieres que nada entre. Nada que tú no hayas invitado previamente. Es entonces cuando comienza el día, desde la perspectiva de una certeza: el metro de esta ciudad esconde mundos.
Me ha sostenido la puerta de entrada un chico joven. Le he dado las gracias educadamente. Ambos nos hemos acercado a los tornos. Le he adelantado por la derecha. Él ha sonreido.
En el vagón. Un ejecutivo cogido por el cuello agarra una de las barandillas con pose de soldado. Preparado para la guerra bursátil. Se baja en Colón. La chica del pelo corto y el gesto severo se mira en el cristal. No sabe que tiene los hombros más bonitos de toda la línea. Los tirantes le quedan de muerte. Se baja conmigo. Me adelanta por la izquierda. No me sostiene la puerta.
Llego al portal. Busco las llaves en mi mochila. Dos llaves para dos puertas. La pequeña es la de todos. Vulgar, triste, funcional. La grande está reservada a unas cuantas almas. Es como esa chica de tu cafetería preferida. Se toca el pelo, se muerde el labio y te mira descarada. Ha bailado muchas veces la misma danza que a ti apenas te suena. Fascinante e introvertida. De las que abren todas las puertas.
Escrito por La pequeña Delirio a las 18 de Enero 2008 a las 02:26 PMYa lo sabes pero te lodigo cuantas veces haga falta o se considere necesario: me rechiflan tus historias del metro!!!
Besitos mil
Escrito por Mar a las 18 de Enero 2008 a las 07:49 PMEsa chica que se toca el pelo, se muerde el labio y te mira descarada, que ha bailado muchas veces la misma danza que a ti apenas te suena, fascinante e introvertida... podría ser usted.
Escrito por alejandro a las 18 de Enero 2008 a las 11:02 PM