Este cascarón que he construido me ayuda a dormir mejor, aunque eso no implique ir a la cama más temprano. Los últimos días de agosto los paso sin ningún amago de huida por mi parte. Puede que sea verdad aquello de que cada cual se acostumbra a sus cadenas. Mi caso no deja de ser c(l)ínico. Adoro mis cadenas: El hueco estacionado en el centro del estómago; el vértigo al notar en el cogote cómo se acerca la fecha de entrega; dios, el miedo a la decepción... Ais! Yo soy mi propio padre crítico, ¿alguien lo duda? E intento amansarlo con pequeños e inocentes caramelos, como asomarme a la ventana de madrugada para documentar las prácticas reproductivas de los vecinos, leer las poluciones nocturnas de los otros virtuales hasta acabar exhausta o aventurarme en la noche para pactar estúpidos rituales de apareamiento en baños desgastados. Ser consciente del afuera me enternece, pero saber que camino por la calle como si ésta fuera un escenario no me hace más feliz, aunque tan solo me falten por caminar quinientos metros para llegar a casa...
Escrito por La pequeña Delirio a las 20 de Agosto 2007 a las 05:41 PM