La Pequeña Delirio

La cruda realidad

Pensaba, mientras cruzaba un paso de peatón, que solemos mirarnos demasiado al ombligo e imagino, mientras camino, una habitación en la que, desnudos, no paramos de señalar el cordón umbilical chorreante de todos los que nos acompañan. Aunque intentamos ser generosos, no paramos de sentirnos juzgados por el mundo e intimidados por la realidad. Nos comemos las sobras porque hay gente que se muere de hambre al otro lado de la calle y justificamos nuestras vidas a golpe de viajes mancomunados y desperdicios existenciales. Alguien que camina junto a mí habla de la burbuja en la que viven los políticos. No le digo que nosotros también nos solemos apartar de la realidad que se inventan los periódicos. Porque cuando empiezas tus mañanas con el Líbano al borde del caos, la hipocresía hecha talla 38 y el terruño donde habitas contaminado por fragmentos del siglo pasado, queda poco sitio para las sonrisas forzadas y los caramelos en los bolsillos. Un periodista ha fallecido. Esta vez no ha sido asesinado. Se lo ha llevado el tiempo y la mala suerte de un cuerpo enfermo. Por un momento dejo de mirarme al ombligo y leo un obituario. Algo se muere en cada uno de los que creemos que ésto de escribir sirve para algo cuando uno de sus mejores cronistas abandona el barco. Poco más que decir...