La Pequeña Delirio

Domingo

Me levanto de la cama y es domingo. La casa está en silencio. Solo tengo las medias verdades de la vigilia para guiarme por el pasillo rumbo a la cocina. No consigo recordar su cara. Abro la nevera y me equivoco al coger el brick de leche. Caliento mis ideas en el microondas; las salpico con un poco de azúcar y chocolate. Respiro hondo. Ya no hacen las películas como antes. Ni los helados de chocolate. Me asomo a la ventana. Está nublado y huele a lluvia. Solo se respira nostalgia. Me siento triste pero me deshago de esa sensación echándole la culpa al día de la semana. Me pongo los calcetines de rayas rojas y verdes. Salgo a caminar...
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Es de noche y ceno nueces con queso azul. Me descalzo. Me pongo cómoda y mi cabeza se llena de recuerdos. Huelo a él. Suele ponerse mi jersey dos tallas más grande para estar por casa y lo abandona sobre el sofá cuando se marcha. Miro a la pantalla de mi ordenador y me suena lo que escribo. Es terriblemente pernicioso usarlo como espejo. Puedes correr el riesgo de no saber qué eres. Durante las 24 horas que dura este día me siento tan distinta, tan trillada. Dolida y vulgar. Con ganas de gritar y sin fuerzas para decidir cambiar. Tan jodidamente hastiada que recurro a los más sobados infinitivos para generar una fugaz empatía por esta niña mimada.

*Maqueta de Laurie Simmons