Adoro las casualidades. No preguntéis por qué pero hacen que me sienta más teoría del caos que nunca. Chicles de canela. Una pequeña obsesión. Pican, son adictivos y, después de cuatro paquetes seguidos, apelotonados en la boca, suelen invitar a ir al baño por obra y gracia del sorbitol. Lo dicho, adoro las casualidades. Sobretodo las que me recuerdan que quiero tanto lo que tengo. No es que me haya invadido mi venada más cursi. Tengan en cuenta que vivo sumergida en una rutina de lunes a viernes que me hace ser más gruñona de lo normal y, a veces, pierdo la perspectiva. Es entonces cuando una piensa en ser mejor persona con quienes tiene a su alrededor y compra chicles de canela en una tienda perdida de la mano de Dios.
Es 31 de Octubre. Víspera de Halloween. Salgo de trabajar, cojo el bus que no es, pero no importa. La divina providencia me dotó con un sentido de la orientación fuera de lo común. Llego a República Argentina una hora más tarde, después de deambular entre mágicas casitas, de esas que todavía resisten en la parte alta de Madrid. Compro chicles de canela made in USA y dos cajitas de té americano (vainilla y blueberry). Me subo en un circular que me tranporta por conversaciones de profesores de secundaria, culebrones de adolescentes en conflictos y calles que no recordaba haber transitado en años. Gasto media tarde soleada en el autobús Me bajo en Embajadores y cojo el siempre eficiente metro de la capital. Ya me he comido un paquete de chicles de canela. Pero todavía quedan unos treinta, asi que no me preocupo demasiado por el regalo que voy a hacer.
Llego. Nos saludamos. Sonreímos los dos. Adoro las casualidades. Entre los dos sumamos unos sesenta paquetes de chicles Big Red de Cinnamon...
Escrito por La pequeña Delirio a las 1 de Noviembre 2006 a las 08:37 PM