La Pequeña Delirio

Plutón

No sabe cómo se deletrea mi nombre, ni cómo me llamo pasadas las doce. Le suele gustar el color de mis vestidos y mis moños orientales. Huelo a maquillaje, me visto de petarda y estornuda para dentro. Arruga la nariz porque ha dejado de respirar en los minutos pares. Mis zapatos no son aburridos. Mis espirales tampoco. El centro de todas mis ganas tan solo lo encuentra por la noche. Él duerme acurrucado y yo me imagino el rojo más triste del calendario. Suele jugar a leer suplementos culturales del siglo pasado mientras intenta atrapar sueños a punto de nacer. Me ha dicho que tiene uno. Lo cazó cuando era niño. Tiene que ver con las estrellas y un dios del Inframundo que dejó de ser planeta. Me muero por desayunar en alguno de sus anillos invisibles. Pero, antes habrá que comprarle el billete al barquero con dos monedas de euro y tú sabes que nunca llevo suelto cuando me pongo las medias de rejilla. No mezclo rayas con lunares, ni derivadas con cartografías experimentales. Solo cuento estrellas fugaces cuando la luna se refleja en mi espejo. Los mapas se caminan desde el sofá, ya lo sabes. Y, después de tantas vueltas, admites que nos hemos perdido. Con lo fácil que era pararse en el primer semáforo y preguntar por un sueño llamado Caronte... pero, reconozcámoslo, nunca te gustó la Divina Comedia.