Cuando un artista venido del mundo del arte contemporáneo y el videoclip decide estrenarse en el mundo del cine suele escoger historias pequeñas, compuestas de momentos cotidianos, sin dejar de lado el afán de trascender que tan ligado está al mundo del arte. Phil Morrison no es la excepción. Su ópera prima no deja de ser una crítica a algo, en este caso a las relaciones inter familiares y los prejuicios entre clases que hacen más difícil, por no decir imposible, la comunicación.
La familia que retrata Morrison grita, reza y almuerza unida. Pero se trata también de una familia que espera la vuelta del hijo pródigo. Éste ha decidido casarse con una marchante de arte independiente, cosmopolita, urbanita y llena de buenas intenciones. De nombre Madeleine, se trata del personaje elegido para albergar todas las cualidades necesarias para convertirla en una marciana en tierra extraña. Tan solo su cuñada Ashley aceptará al nuevo miembro de la familia tal como es. La irritable madre, el padre invisible y el hermano eclipsado por el hijo pródigo serán los huesos duros de roer para una cuñada y nuera que poco tiene que ver con lo que esta familia de Carolina del Norte está acostumbrada a tratar.
"Junebug" habla de toda esa gente que, al no encontrar divisiones, decide inventarse unas nuevas para poder sentirse segura. Esas grandes distancias que se establecen desde el prejuicio resultan una auténtica carrera de obstáculos para los personajes de esta historia. Pero el autor no solo viaja por estos parajes, haciendo uso de una estupenda y adecuada banda sonora, sino que también indaga en las relaciones que se establecen entre los fabricantes y los expertos en arte, ese sucedáneo del mecenazgo nacido a la vera de las galerías de arte.
Mención a parte para la excelente, aunque desmesurada, actuación de Amy Adams en las generosas carnes de Ashley, papel por el que fue nominada al óscar en la pasada edición.