Camino todas las mañanas. Es una mala costumbre. Bajo escaleras, subo escalones, transito el pasillo de casa de camino al baño esterilizado. Discuto, me enfado, desde tan temprano, el zumo de naranja (amargo) en mi garganta y el jersey de cuello vuelto en el armario.
No paseo, arrastro mis extremidades inferiores, las empujo hacia la primera parada y veo pasar las vías. Me pesa algo y respiro poco. Deshago conversaciones, me abandono en un asiento junto a una ventana empañada. Y recuerdo un fotograma de mentira, un sueño de los que se retienen a propósito, desde la vigilia.
Me duelen las piernas, los brazos los siento aplastados por mis deudas, todas pendientes, de un hilo o de mil madejas de colores chillones. Algo tira de mi hacia el suelo. Ya estuve antes ahí, arrastré mis ilusiones por aceras en obras y las convertí en lista de la compra: cuerda para colgar corazones lavados a mano, pinzas astilladas, cuchillos de mantequilla, de los que atraviesan carnes tiernamente, aceite de oliva virgen extra, vinagre balsámico de módena y un pellizco de sal cogido del suelo cuando nadie miraba.
Me has comprado un cuento de Calleja. Seguro que lo has encontrado en una librería de viejo. No sé si quieres pero podemos, qué digo, debemos, por qué no, caminemos, más cerca, así de juntos, dediquemos la tarde a estrenar un nuevo y bravo mundo, uno en el que los cuentos usados nos llenen de historias cansadas, con esperpentos de Max Estrella y molinos quijotescos, pero devastados. Por segundos, por docenas, expropiados o externalizados.
No te encuentro en esa mirada empañada, en esas mentiras piadosas y en tus ganas de no llamarme por mi nombre de ángel vencido. Me deshago en excusas y me pinto con traje de noche, porque sé que te gustan las lunas de mi calendario y el chocolate amargo.
Me visto de cuento y me miro. Me arropo con ideas prestadas y conjugo una ensalada de imperativos. Cenamos ligero. Se me atragantan las segundas personas del plural y sobrevivo disparando cumplidos. De la nevera a los postres y desde la cocina al olvido.
De mañana. Zapatos de tacón de aguja para llegar al cuarto piso sin ascensor en el que he escondido tu cadáver. Me cuesta caminar de espaldas al hueco de la escalera, tonteando con la posibilidad de cambiar el número de baldosas de este pasillo que huele a calorcito. Planeo mis pasos golpe a golpe, tacón, punta, palmas y golpe.
La puerta está abierta y tú te has llevado tres fotos, dos libros de cuentos y toda una vida, la mía
* Cuando paseando haces de dos historias una...
Escrito por La pequeña Delirio a las 5 de Julio 2006 a las 02:14 PMYo prefiero pasear solo. (Todo lo demás lo hago acompañado, pero pasear no. Qué es pasear si no puede uno escabullirse de su vida un ratito. Besos.)
Escrito por HenryKiller a las 8 de Julio 2006 a las 04:23 PM