Cuando no era más que un manojo de ilusiones con coletas y moratones en las rodillas no podía imaginar que las palabras dolieran tanto, no cabía en mí la posibilidad de que nada salido de unos pequeños y rosados labios pudieran herir tan hondo. Admitiré que fui una de esas pequeñas respondonas a las que les encanta tener la razón. Buscaba las miradas de profesores, padres y compañeros para sentirme henchida de satisfacción.
Discutía sin saber, llamaba a las cosas por el primer nombre rocambolesco que venía a mi cabeza y contestaba a los mayores, sobretodo a mi madre. Esa mujer que habita mis recuerdos poco tiene que ver con la señora que ahora comparte sueños y pesadillas con su hija hecha y derecha. Esa mujer era una loca de zapatos y bolso colorados en la foto de su boda. Una histérica en boca del género masculino, porque las señoras nunca debían decir lo que pensaban de manera apasionada ya que corrían el riesgo de que se las tildara de esa manera. ¡Histérica! Una loca de arranques impulsivos, de pelo rapado cuando se llevaban los cardados, de extrañas costumbres coleccionismo compulsivo, consumismo descontrolado, en librerías y floristerías, en mercadillos antiguos y supermercados - ¡Loca!... Pero ella no me miraba cuando se lo gritaba, cuando le preguntaba entre sollozos por qué no era como las otras, por qué no hacía lo que las demás madres; tan solo me ignoraba. Me abandonaba en un rincón de cualquier habitación hasta que me recomponía. ¡Pobre princesa ofendida!
Esta mañana me he vestido de verde, incluyendo botas de charol, falda y pelo del mismo color. He comprado flores antes de ir a recoger a mi retoño a la estación. Me ha mirado de arriba abajo, me ha juzgado y condenado y ha dejado escapar por esa boquita de piñón un susurro, un quejido, la sentencia a modo de exclamación
¡Mamá, estás loca! No es su mirada de desaprobación, ni su postura de niña buena, es la palabra loca, no muy alejada de la tan manida histérica. Porque, ay mi pequeña, mamá está orgullosa de serlo, está encantada con su pelo verde y sus arranques de ira, pero le duele profunda, hondamente que sus niñas, las del presente, todavía no se den cuenta.