El azar quiso que Abbas Kiarostami y Victor Erice nacieran con una semana de diferencia. El primero en Irán, el 22 de junio de 1940, y el segundo en España, el 30 de junio del mismo año. Su historia personal hará que ambos acaben siendo cineastas. Abbas Kiarostami por un camino indirecto y Victor Erice por la vía más clásica de una escuela de cine.
Los dos han dejado su impronta personal en el cine de sus respectivos países, al que su obra se ha incorporado con carácter emblemático y, en ambos casos, como un punto de referencia de su generación. Una generación particularmente sacrificada dentro de la historia del cine, la misma que empieza a hacer películas a partir de los setenta, justo después de la avalancha creativa de los sesenta.
La ruptura los marca a ambos. En el caso de Erice el final del Franquismo y el advenimiento de la democracia, período en el que nace El espíritu de la Colmena. En el caso de Kiarostami, la revolución islámica hizo que su país pasara del Antiguo Régimen del sah a la actual Republica Islámica. Y que su cine naciera con una clara misión pedagógica.
En el día de hoy, ambos cineastas coinciden en una misma decisión tomada que describe perfectamente ambas trayectorias: la de no someterse jamás a las leyes del cine entendido como industria, como mercado. Se mantienen ambos al margen del negocio, cuidando con recelo el realizar su obra con la soberanía única del artista y sufriendo las dificultades de la financiación.
Correspondencias es un milagro hecho realidad gracias al cine. En La Casa Encendida, junto a una retrospectiva de ambos cineastas, podemos experimentar la fascinación y el desconcierto que provoca una inusual exposición protagonizada por la correspondencia audiovisual de estos dos cineastas.
Antes de compartir imágenes y palabras, ambos directores no se conocían pero sabían de la obra del otro, desde luego, y se respetaban mutuamente. La correspondencia fílmica nos acerca a un trabajo que, contra pronóstico, presenta multitud de similitudes. La primera es la de la fascinación por la infancia, por la mirada sincera del infante. Siguiéndole muy de cerca, todo lo que tenga que ver con lo cotidiano y las vivencias alejadas de complejas tramas narrativas. Y la infancia del cine, que supone lo que ellos consideran una vuelta a lo esencial, y que a menudo llevan a cabo a través de la mirada de un niño.
Estas correspondencias no se han sido escritas para la privacidad. Están creadas para todos aquellos que se asomen, porque el diálogo que mantienen Erice y Kiarostami implica a muchos otros. Como su cine. Dos universos claramente diferenciados, pero mucho más cercanos de lo que suponíamos porque, en esta exposición, cada instalación y cada imagen parecen tener correspondencia en el trabajo del otro.