La Pequeña Delirio

Música. Suena algo y no sé qué es. Pero es bonito. Triste, pero bonito.
Me gustaba ir en tren cuando le conocí. Nuestras miradas se cruzaron... Una sonrisa, siempre una sonrisa... Y otra mirada... Y ese nudo tan típico en la boca de mi estómago. Mis bocas, todas ellas, me pedían otra cosa.
No sé por qué pero siento que bailo, bailo, bailo...

No acariciaba como los demás. Él se demoraba en cada centímetro de mi piel, sin dejar de mirarme a los ojos, sin dejar de estrangular cada nudo, aprovechando cada segundo, de cada minuto, de cada hora que compartimos para agotar mis sentidos: vista, gusto, tacto, olfato, oído...

Ya no tengo cara de niña y me han arrancado un brazo. Se llama abandono y simplemente duele. Abrupto, como un despido improcedente, como un corte de pelo, pero sin restos para la papelera de reciclaje. El precio a pagar por haber estado en el paraíso, pequeña Eva. Tan solo un parpadeo, un adiós sin secuelas permanentes (porque de las segundas partes ya se sabe...).

Y mi banda sonora ya no es la de sus suspiros; tampoco sus pasos por el pasillo todas las mañanas con un zumo de pomelo y un cuento nuevo en sus dedos. No más sonrisas.

Renuncio a mis sentidos y mis sentidos me abandonan. Ya no me quedan escudos. Indefensa, compro aguja e hilo para coserme todas las puertas, para cerrar todas las heridas. Y entre remiendos le recuerdo...

¿Sonaba como una nana de infante? Sabía a canela y tristeza. Olía a verano...